Si te interesas un poco por la medicina natural o por la vida espiritual, tarde o temprano te encontrarás con un nombre que suena casi mágico: hildegarda de bingen. Pero, ¿quién fue realmente esta mujer de la que tanto se habla y se escribe?
Hildegard vivió hace casi mil años. Y, aun así, en muchos aspectos parece tener ideas más modernas que muchas personas de hoy. Fue monja, erudita, sanadora, música, y sobre todo, una mujer con una fuerza interior increíble. Sus ideas sobre la salud, la naturaleza y la vida en sí resultan sorprendentemente atemporales.
En este blog quiero darte una breve visión de su camino vital. Nada de datos secos y aburridos, sino una mirada comprensible y humana a la vida de una mujer que sigue tocando el corazón de muchas personas hasta hoy.
Infancia y origen – el inicio de una vida especial
Hildegard nació en el año 1098 en Bermersheim vor der Höhe, un pequeño pueblo cerca de Alzey en Renania-Palatinado. Era la décima hija de una familia noble, y eso solía significar en aquella época: este hijo será dedicado a la Iglesia. Así fue también en su caso.
Desde niña, Hildegard era enfermiza, sensible, pero también increíblemente perceptiva. Más tarde contó que ya en la infancia veía luces y figuras extrañas. Visiones, como ella las llamaba. En aquel entonces, nadie sabía realmente qué le ocurría, y ella misma apenas hablaba de ello al principio.
Con unos ocho años fue llevada al convento para crecer bajo el cuidado de una ermitaña llamada Jutta von Sponheim. La vida en el convento era estricta y retirada, pero para Hildegard era el lugar perfecto. Allí pudo desarrollarse, encontrar calma y empezar a comprender poco a poco sus imágenes interiores.
Ya se percibe en estos primeros años: aquí había alguien realmente especial. Silenciosa, observadora, y aun así con un mundo interior inmenso.
Vida en el convento – un lugar silencioso con gran impacto
Cuando Hildegard llegó al convento, aún era una niña. El mundo exterior se volvió más pequeño y la vida cotidiana más tranquila. Oraciones, silencio, tareas sencillas: así era la vida tras los muros del convento. Para muchos, eso podría haber sido demasiado solitario, pero para Hildegard era justo lo que necesitaba.
Allí por fin pudo encontrarse a sí misma. Desde muy joven había sentido que había algo diferente en su interior. Imágenes, intuiciones, voces internas: todo eso nunca la abandonó del todo. En el convento aprendió a convivir con ello. Leía, escribía, escuchaba y poco a poco se convirtió en la mujer que más tarde impresionaría a tantos.
Cuando su maestra y gran confidente Jutta falleció, Hildegarda asumió la dirección de la pequeña comunidad. No fue una decisión fácil, pero creció con ese desafío. Y fue precisamente en esa época cuando empezó a tomarse en serio sus visiones, no solo para sí misma, sino también para los demás.
Comenzó a escribir las imágenes que veía en su interior. Al principio, con cierta timidez y con la ayuda de un monje comprensivo que la apoyaba en la escritura. Pero cuanto más compartía, más personas la escuchaban. Porque sentían que hablaba alguien con verdadera profundidad. Y con mucho corazón.
Visiones y obras – Palabras que nacían de lo más profundo
Desde niña, Hildegarda tenía un don especial: veía cosas que otros no veían. Luz, colores, imágenes interiores, como si se le mostrara otro mundo. Durante mucho tiempo guardó silencio. Pero llegó un momento en que supo: Esto es importante. Esto debe ser contado.
Así que empezó a escribir sus visiones. No de forma fría o distante, sino con un lenguaje que tocaba el alma. De ahí surgieron obras que siguen siendo conocidas hasta hoy, entre ellas:
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«Scivias» («Conoce los caminos») – un libro sobre visiones divinas que muestra cómo la persona puede encontrar su camino hacia una vida plena de sentido
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«Liber Vitae Meritorum» («Libro de los méritos de la vida») – una especie de espejo del alma, donde virtudes y debilidades se enfrentan
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«Liber Divinorum Operum» («Libro de las obras divinas») – una mirada profunda a la relación entre el ser humano, la naturaleza y el cosmos
Además de sus escritos, Hildegarda fue una compositora apasionada. Su música suena hasta hoy casi de otro mundo: melodías claras, muchas veces con un toque de eternidad. Para ella, cantar era una forma de hacer audible lo invisible.
Lo que hacía era extraordinario para su época. Una mujer que escribe, compone, tiene visiones y logra ser escuchada. Eso requería valentía. Pero también era justo lo que tantas personas entonces —y ahora— sienten tan cercano.

La labor de Hildegarda como sanadora e investigadora de la naturaleza
Además de sus visiones y su música, Hildegarda era sobre todo conocida por una cosa: su sensibilidad para el poder curativo de la naturaleza. Para ella, la persona formaba parte de un todo mayor, y solo en armonía con la creación podía surgir una verdadera salud. Observaba con atención, escuchaba a su cuerpo, a la naturaleza, y de ahí sacaba sus propias conclusiones.
Sus conocimientos los reunió, entre otros, en dos obras de medicina natural muy conocidas:
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«Physica» – una descripción de plantas, piedras y animales y su efecto en las personas
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«Causae et Curae» – un libro sobre las causas de las enfermedades y cómo afrontarlas
Aquí tienes una pequeña muestra del saber curativo de Hildegarda:
Planta/remedio natural | Efecto según Hildegarda | Aplicación |
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Espelta | «El mejor cereal» – nutritivo y fortalecedor | como alimento principal, por ejemplo en papillas o pan |
Hinojo | calmante, favorece la digestión | como infusión o especia en las comidas |
Bertram | fortalece la vitalidad | finamente molido en pequeñas cantidades |
Quendel (tomillo silvestre) | purifica los pulmones y la sangre | como infusión o en sahumerios |
Piedras preciosas (por ejemplo, ágata) | apoyo en desequilibrios emocionales | como piedra de mano o amuleto |
Para Hildegarda estaba claro: la salud es mucho más que «no estar enfermo». Se trata de equilibrio: entre cuerpo, alma, alimentación y estilo de vida. Y precisamente por eso, sus consejos vuelven a ser tan valorados hoy en día.
Muerte y legado – lo que permanece de una gran vida
Hildegarda de Bingen falleció el 17 de septiembre de 1179, a la edad de unos 81 años, una edad notablemente avanzada para su época. Vivió hasta el final en el monasterio de Rupertsberg, fundado por ella misma cerca de Bingen, rodeada de las mujeres con las que había construido tanto. No se conoce con exactitud la causa de su muerte, pero los relatos hablan de una despedida tranquila y serena, tal como había vivido: con profundidad y entrega.
Sin embargo, su labor no terminó con su muerte. Al contrario, su legado se ha transmitido durante siglos. Muchos de sus escritos y cantos se conservan hasta hoy, y sus consejos de medicina natural están viviendo un verdadero renacimiento. Y quizá lo más importante: su visión holística de la vida —la armonía entre cuerpo, mente y alma— sigue tocando a muchas personas, especialmente en la actualidad.
En el año 2012, hildegarda de bingen fue nombrada Doctora de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI, un reconocimiento muy especial y poco común. Así se reconoció oficialmente no solo su profunda espiritualidad, sino también su gran sabiduría.
Fue una mujer de visiones, de coraje y con un corazón abierto al mundo. Por eso, hoy es mucho más que una figura histórica. Es una fuente de inspiración.